La hora del almuerzo es el mejor momento del día,
todos nos sentamos alrededor de la mesa y como si existiera un botón, apagamos
los pensamientos referentes al trabajo y nos convertimos en una extraña y
fascinante mezcla de personas a la que nos gusta llamar “Familia Grafito”, es
una hora llena de risas, anécdotas, convivencia que fortalece los lazos y una
al equipo, sin duda una hora de relajación para cargar energías y luego seguir
trabajando, es además muy necesaria, sobre todo como aquel día que un cliente
demente empezó a discutir sin razón ni sentido amenazando con golpes y malas
palabras, estuvimos a punto de responderle igual pero una de mis compañeras uso
su súper poder conciliador y estratégicamente lo mando a la chucha sin que él
se diera cuenta, así de poderosa es la hora del almuerzo, que pudimos olvidar
fácilmente todo ese episodio con solo sentarnos.
Leonardo tenía 3 años de haberse graduado con honores, sus profesores lo catalogaban como una eminencia, lo destacaban por sus conocimientos, pero entre sus compañeros siempre fue el explosivo Leo, apodo que se ganó por su manera de responder ante las críticas y su falta de inteligencia para manejar emociones fuertes. Cada día desde que se graduó busco la oportunidad de ejercer, universidades, colegios, empresas, incluso intento ser escritor, pero nada lo motivaba más que ser orador en talleres, por lo que se empeñó en presentar proyectos de talleres en varias organizaciones, sin embargo, el tiempo seguía corriendo y nada le había dado resultado. Al correo le llego la invitación de asistir a un Taller Literario que un excompañero iniciaría, a pesar de los prejuicios decidió ir, se convenció de que su amigo le ayudaría a encontrar un espacio para el dar sus propios talleres. Las dos primeras reuniones paso inadvertido, escuchaba con atención todos los comentarios y aguardaba...
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