Catorce años viví creyendo
en él, pero sin conocerle realmente y supongo que es el error que todos
cometemos en algún momento; para resumir la historia sin intención de quitarle
importancia debo decir que después de varios problemas que habían oscurecido mi
corazón, allí estaba yo, sentada en el suelo del baño llorando
desconsoladamente con un millón de pensamientos volando en mi cabeza, fue
cuando decidí que quería conocerle, abrí mis labios y entre sollozos le pedí su
presencia, desde entonces puedo sentir su amor incondicional llenando mi vida
con detalles que se traducen en felicidad genuina.
La hora del almuerzo es el mejor momento del día, todos nos sentamos alrededor de la mesa y como si existiera un botón, apagamos los pensamientos referentes al trabajo y nos convertimos en una extraña y fascinante mezcla de personas a la que nos gusta llamar “Familia Grafito”, es una hora llena de risas, anécdotas, convivencia que fortalece los lazos y una al equipo, sin duda una hora de relajación para cargar energías y luego seguir trabajando, es además muy necesaria, sobre todo como aquel día que un cliente demente empezó a discutir sin razón ni sentido amenazando con golpes y malas palabras, estuvimos a punto de responderle igual pero una de mis compañeras uso su súper poder conciliador y estratégicamente lo mando a la chucha sin que él se diera cuenta, así de poderosa es la hora del almuerzo, que pudimos olvidar fácilmente todo ese episodio con solo sentarnos.
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